Me gustaría saber cuantas de vosotras, fieles lectoras mías, habéis tenido la dicha o la desgracia (según se mire), de leer RAYUELA, la novela que Julio Cortázar publicó en junio de 1963.
Yo, dos veces.
La primera vez fue a trompicones, por la obligación de una catastrófica metodología educativa empleada por una profesora que pensó que "La tía Tula" de Unamuno nos pondría cachondas.
Quizás el tejo era su entretenimiento favorito y no cayó en la cuenta de que no se trataba de un libro juvenil tipo colección "El Barco de Vapor" en el que una cuadrilla de adolescentes daban saltitos sobre la rayuela.
Estoy segura de que ella nunca leyó RAYUELA.
Yo si lo leí, con grandes lagunas, desesperación y teniendo la impresión de estar en medio del más absoluto de los caos. Quizás no fuera el libro, puede que fuera yo. En aquellos días tocaba mucho el piano.
Con 15 años mucho hice, además de su posterior reglamentario y encorsetado comentario de texto.
El capítulo 7 si lo recuerdo, el beso, toco tu boca... Muchísimo más exitante, erótico y sensual que Tula y el pasmado de su cuñado Ramiro.
También recuerdo que fue como el puente libro, el libro puente entre París y Buenos Aires.
Pero aquella pésima profesora de literatura no tenía buen criterio, ni bueno nada. No consigo recordar su nombre, pero me ha venido a la cabeza Úrsula, aunque estoy segura de que no era ese su nombre, pero le pega mucho. Si.
Volví a leer RAYUELA con muchos años más. Fue una casualidad que no entiendo ni como buena ni como mala, pero allí estaba el libro. Misma editorial, misma portada y misma edición de bolsillo.
Otra casa, otra estantería y manchitas de humedad de color marrón clarito en un libro que nunca se había abierto. Estaba viejo y nuevo a la vez. Virgen por dentro y profanado por fuera. Esto pasa mucho.
Y cómo yo por aquel entonces tenía profundos episodios de ocioso tedio, en un arranque de intelectualidad muy atrevido por mi parte, me comprometí conmigo y con el abandonadito libro a sacarlo de aquella lúgubre y fría biblioteca del tres al cuarto y comenzar un romance literario con él.
Nunca he sido yo muy amante de los juguetes sexuales, y en este caso no fue diferente. Lo quise mientras duró. Pero cumplí y leí.
Comencé con cierto temor a lo desconocido, dando por hecho que en mi memoria no quedaba ni rastro de aquello que con 15 años no había tenido mayor relevancia que una calcomanía y sintiendo que tampoco ahora iba a tatuarme un tejo en el cuello.
Pero error. Reconocí a Horacio Oliveira, a Lucía la Maga y a Rocamadour. Y animada llegué al capítulo 7 y volví a experimentar aún más intensamente el beso, toco tu boca...
Continué adelante, disfrutando algunos momentos más que otros, pero decidida y llegué hasta el final del capítulo 56. Allí se me presentaron diferentes opciones para continuar mi lectura, mi viaje, mi ruta, mi juego, mi camino.
Ni con 15 años, ni tantos años después, había leído las instrucciones que están al comienzo del libro.
Nunca leo las instrucciones de los juegos, ni los prospectos de las medicinas, ni el modo de empleo del móvil, ni de los electrodomésticos. No. Yo aprendo a medida que voy jugando, a medida que voy viviendo.
Seguí adelante con el libro, de la manera más convencional posible, hasta el capítulo 155, el último. Y esa parte de allá ya no resultó tan apetecible, porque estaba haciendo justo lo que no debía hacer. Lo acabé.
Ha pasado tiempo de aquella lectura y pocas veces me he detenido a pensar en ello, pero la semana pasada fui a una librería, mi primera salida postconfinamiento, quería comprarme "La Peste" de Albert Camus, fue imposible porque se ha agotado. Se ve que necesitamos referentes para entender la situación que estamos viviendo.
Y allí, en una bonita librería de Triana me encontré a RAYUELA otra vez. Esta vez nuevo, limpio, con olor a libro. No lo compré.
Y esta noche mientras escribo este post que posiblemente pueda publicar antes de las 02:00 de la madrugada, sé que ya hoy miércoles voy a ir a buscarlo y que lo traeré a casa, aquí, conmigo.
Esta vez lo trataré de acuerdo al propósito para el que fue creado, interactuaré con él, no seguiré un orden falsamente lógico, echaré un vistazo a las instrucciones aunque no sé si las respetaré.
Esto será como un videojuego o como el capítulo de una serie en la que podamos elegir o incluso decidir el final.
Cuando acabe te guardaré bien y te llevaré conmigo, porque el camino se está iluminando de nuevo y da igual lo corto o lo largo que sea.
Vamos a andarlo bien.
Gracias no Úrsula.
1 comentario:
Muy bueno este post !!❤️
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