Comenzar a escribir este post diciendo que vivimos una época incierta, en la que nos sentimos vulnerables y no queremos pensar demasiado en el futuro, es una redundancia.
Pero este estado no ha sido un revulsivo que haga pensar en la importancia del día a día, en que puede que este mundo tal y como lo conocemos se acabe y quizás estamos perdiendo la última oportunidad de saber, de conocer.
Cada vez más a menudo, me siento rodeada de ignorancia, de gente orgullosa de no saber, que te dice que nunca ha leído un libro y lo dice con orgullo, gente que incluso pregona su ignorancia en las redes sociales y se percibe en ella la autosatisfacción que le causa ese desconocimiento.
No todos ni todas hemos tenido la suerte de poder estudiar, de tener una casa llena de libros, de poder acceder a nuestra cultura, porque nacimos en un país donde las oportunidades estaban reservadas para unos pocos. Con el tiempo, el acceso a la cultura y al conocimiento fue haciéndose más accesible a sectores menos favorecidos de la sociedad, pero es complicado pretender que alguien aprenda a hacer pan si se lo das caliente y no le explicas el procedimiento para su elaboración.
Somos ese país en el que se sigue exaltando al personaje del Lazarillo de Tormes y poniéndolo como ejemplo de inteligencia. Y así seguimos perpetuando el robo, la trampa, la ignorancia y la falta de empatía.
Desde que comenzó el primer confinamiento, en marzo, a todos y a todas nos ha tocado hacer un trabajo de introspección, de forma involuntaria en muchos casos, pero inevitable por el hecho de tener que pasar tantísimo tiempo sin los entretenimientos habituales. Da igual si veíamos series sin parar, cocinábamos más de lo que comíamos, o hablábamos varias veces al día por vídeo conferencia con familiares, amigos y amigas e incluso con desconocidos y desconocidas.
A pesar de todas esas interacciones, hemos tenido más tiempo para pensar, e incluso sin querer no nos ha quedado otra que mirarnos por dentro. Y lo que en la mayoría de los casos podría haber sido un buen trabajo de autoconocimiento, un tiempo en el que aprovechar para conocernos más y mejor, para cuidarnos y mimarnos a nosotras/os mismas/os, se convirtió en una profundización en la ignorancia de cada uno, en una pérdida de tiempo y en una exaltación de orgullo insano de la misma.
Hordas de negacionistas que ni siquiera saben lo que niegan, grupos cada vez más grandes de desinformados/as, rebaños humanos de pseudocintíficos/as que alaban a Trump, lectores y lectoras ávidos/as de fakenews.
Y ahora que esto no acaba, en este momento que nadie sabe lo que pasará mañana, en este instante en el que la incertidumbre por el futuro próximo y lejano es cada vez más cierta. Aún, hay quien se siente a sus anchas en la enorme ciénaga donde la estulticia, el desconocimiento de culturas propias y ajenas, la falta de curiosidad y la negación de la verdad, se convierte en una ansiada piscina en la que revolcarse satisfecha/o.
Todos organizados en un enorme cementerio plagado de nichos en los que resguardarse de la verdad, del saber y del conocimiento. Asomando la cabeza sólo para escuchar el silencio del resto, ese silencio de una sociedad enferma que no ha sabido aprovechar la oportunidad que una desgracia mundial nos brindaba.
Posiblemente nada vuelva a ser como antes. Peor o mejor, dependerá de todas nosotras,
2 comentarios:
Te aplaudo cada palabra, querida. ¡Bravo!
Que bien expresado pero por desgracia creo que estamos abocados al fracaso como especie.
Yo tengo muchas faltas de ortografía y me encanta leer e intento inculcar ese amor a los libros a mis hijos pero sinceramente cada día me cuesta más picar su gusanillo de la curiosidad y lo peor es que la imaginación de esas personita está siendo aniquilado, por la dirección impuesta de ese ESTÁ DE MODA, ES TENDENCIA....
Que tristeza de verdad pero me reconforta ver que no estoy sola en mis pensamientos y reflexiones gracias.
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