miércoles, 28 de noviembre de 2012

90 - TATTOO, POR AMOR


Hace unos 11 años, me hice un tatuaje en la muñeca izquierda, y el 26 de octubre me he vuelto a tatuar esta vez en el antebrazo izquierdo, junto al primero.
A mí me encanta como ha quedado, primero porque es un regalo para la persona que amo y segundo porque estéticamente me gusta.
Y si, me voy a seguir tatuando, aunque haya quien me diga que es de "poligonera" (primero explíquenme la estética poligoneril), puede que hasta el escorpión en el cuello me quede bien.




Hay tantos prejuicios en torno a diferentes estéticas, modas, palabras, barrios, arte, ocio, etc. Prejuicios, al fin y al cabo, sobre la vida de los/as otros/as.
Los tatuajes fueron durante años asociados al mundo carcelario y marginal, con el tiempo esta idea ha ido disminuyendo y aunque en ciertos sectores conservadores (¿de qué?), se sigue viendo como algo vulgar y antiestético, no cabe duda que cada vez se asocia más a una filosofía de vida que intenta plasmar en el propio cuerpo, arte, vivencias y sentimientos.
Si estas salva pieles ven a un jugador de futbol (mejor extranjero), con el brazo tatuado, les parece un exotismo que merece tolerancia (odio esta palabra); pero si quien lleva tatuado el brazo es el hijo del propietario del casoplón de al lado, que juega al golf de forma amateur y sale con tu niña, entonces el asunto toma tintes (jejeje) dramáticos, los regalos de polos Lacoste se acaban, se imponen las camisas Ralph Lauren que ocultarán adecuadamente la vulneración dérmica, y si en el mejor de los casos no se llega a la ruptura de la relación de la pija mechada y el pijo impulsivo, se pide hora al dermatólogo amigo de la familia para que borre el oprobio.
Si la mechada de turno (¿californiana?) invita  a la madre de la mejor amiga de su hija al Club Naútico de tu ciudad, para tomar el sol, un bañito en la piscina y comer en la terraza en pareo y bikini, hasta ahí todo bien.
Cuando la mamá se quita la camiseta que ya parecía un poco rara por no llevar ningún logo conocido, el mareo, el asquito, la verguenza y el querer salir corriendo al ver en su espalda dos alas de ángel, se mezclan con la indignación de no haberse dado cuenta antes de que esa familia no es de las buenas, que los apellidos son de lo más vulgares (por comunes) y que siempre las meriendas eran en el salón de su casa con queques caseros. Nunca había nada de glamour "maleni".



¡Que a tatuarse quien le guste! y a quien no, pues que no se tatúe.