jueves, 9 de septiembre de 2021

570.- UMAMI Y EL SÍNDROME DE STENDHAL.


Tengo que reconocer que soy de esas personas que para llegar al meollo de una cuestión, doy varios rodeos y me gusta explicar el contexto, y algunas otras cositas que yo entiendo que pueden facilitar la comprensión de lo que voy a relatar.

Y no es porque yo infravalore a mis oyentes y lectoras. No, es porque yo tengo mis manías y mis rutinas explicativas.

Y por eso, voy a explicar que "umami" es el quinto de los gustos que podemos percibir. Estos son ácido, dulce, salado y amargo. Y añadimos el umami, palabra japonesa que significa esencia de la delicia. Este sabor se asocia con el glutamato monosódico, el rey de las sopas de sobre y de muchas otras guarrindongadas que están muy ricas.


Pero no, no es malo el umami. Este sabor se encuentra en alimentos como el jamón ibérico, el tomate maduro y seco, el queso parmesano entre otros, las anchoas la salsa de soja, la col china, algunas variedades de setas, los espárragos, la carne... Se caracteriza por dejar en la boca un sabor que parece llenarla, no localizándose en un solo punto, nuestro sentido del gusto parece reconocer la proteína, los labios se adhieren suavemente con la buena grasa. 

Es complicado explicar un sabor, pero sin duda, el umami nos genera un placer intenso.

El síndrome de Stendhal fue descrito por primera vez por la psiquiatra Graziella Magherini, y su nombre se debe al escritor francés Henry Bayle, que utilizaba ese pseudónimo y que es el autor de la novela Rojo y Negro,

Al parecer, cuando Stendhal visitó Florencia, y ante la extraordinaria belleza de la ciudad, experimentó ciertas alteraciones físicas y psíquicas.

Los síntomas descritos por las personas que declaran haberlo sufrido son ritmo cardíaco irregular, miedo, mareo, ahogo, visión borrosa, desorientación, alegría y tristeza extremas, alucinaciones, ansiedad y estrés.

No está catalogado en ningún manual diagnóstico médico ni psicológico, pero muchas personas han descrito estas alteraciones al contemplar obras de artes y/o visitar lugares de gran atractivo natural o artístico. 

¿Por qué unir estos dos conceptos, que "a priori" , si bien provocan y describen placer, su origen es diferente?

Porque el placer es algo intrínseco del ser humano, porque la vida sin placer no sería vida, sino un terrible y abrumador Via Crucis, que acortaría y amargaría el camino.

Si buscamos en Google imágenes relacionadas con la palabra placer, prácticamente el 99% son relativas a la sexualidad, a la práctica del sexo. Muy pocas a la comida. Y es inexistente las que hacen alusión al arte, literatura, pintura, arquitectura, música, cine, fotografía...

Porque es innegable que si hablamos de placer, clítoris y pene parecen ser los dos únicos vehículos para la consecución de éste. Y no voy yo a ser negacionista ahora del placer sexual, que es importante, vital y divertido. Pero que ya tiene suficiente publicidad y adeptas, y que desde luego no es el único medio de llegar al éxtasis.

Con todo esto, yo sólo vengo aquí hoy a reivindicar el placer, como un derecho, un deber y una necesidad. Decía Epicuro, que los placeres del alma son muy superiores a los del cuerpo. Y yo no sé qué decir a eso, porque no hay aparato que mida el placer, y el gustazo de comer jamón ibérico supera a un mal polvo. Entrar al Louvre y subiendo unas escalinatas, ver allí, en lo alto, la Victoria de Samotracia, pues también es una sensación que puede relajar el suelo pélvico.


Sin duda, el placer es algo personal, y lo que a mi me puede volver loca, a otra la pone enferma. 

Revindiquemos el placer como derecho, porque la felicidad pasa por dar y recibirlo, porque hay múltiples medios, formas, maneras y usos del mismo. Y existen muchas cosas que nos lo pueden proporcionar, desde una buena comida, una conversación interesante, un viaje, una visita a un museo, una exposición, un concierto, etc.

Gracias por leerme, y si te apetece comenta aquí, que a mi me hace feliz y me genera placer.



miércoles, 1 de septiembre de 2021

569.- LA RENTRÉE. SEPTIEMBRE Y POR FIN SE ACABA EL VERANO.



El concepto de "rentrée", lo descubrí hace muchos años, cuando vivía en París. Y cómo ya todas sabréis, porque cada vez es más frecuente su uso aquí, se trata de la vuelta, del regreso. Se utiliza en septiembre, porque es el mes en el que se supone volvemos al trabajo (quien lo tiene), al colegio, a la universidad, a la rutina,  los horarios de comidas, cenas y a los fines de semana deseados.

Podría parecer que a mi no debería gustarme la rentrée, ni septiembre. Pero nada más lejos de mi realidad. Hoy, 1 de septiembre, comienza mi época preferida del año. Los últimos cuatro meses que tienen ese sabor a inauguración, a inicio, a ilusión. Huele a libros nuevos, a lápices recién afilados. 



Y hablando de olores, también son meses en los que huele a comida de cuchara, a pan y pasteles, a sopa y puchero.


                                            

De sofá, mantita y peli, con Almendrita al lado.

                                 

Temporada de estrenos, de inauguraciones, de invitaciones, de salidas al campo, de fiestas de muertos, de panellets, de truchas de batata, de castañas asadas. Y todo ello como antesala  de la Navidad. En breve comenzará la campaña del turrón y los polvorones. Y a mi eso también me encanta.

                                      

Hoy 1 de septiembre es el momento de agradecer que por fin el verano acaba este mes, esa estación infernal y ordinaria, en la que la gente se empeña en coger vacaciones, en embadurnarse de crema, usar pareo y apalancarse en las terrazas de la mañana a la noche.

Feliz rentrée a todas.