Los pilares de la felicidad son la educación, la pasión y la libertad.
¿Y quién lo dice? Yo, lo digo yo.
Y quien tenga otros pues me parece bien, que para eso fundamento mi vida en la libertad.
La educación, como fuente de contenidos que nos hacen más sabias, conocedoras de diferentes temas, lectoras incansables de todo aquello que nos ofrece información y formación.
La curiosidad tiene mucho que ver en esto, la búsqueda de conocimiento a través de nuestro propio descubrimiento.
La educación como inmersión en la propia cultura, a la que pertenecemos, para conocer nuestros orígenes y entender nuestras costumbres.
Y también el hallazgo, aceptación y entendimiento de otras culturas diferentes a la nuestra, que nos enriquecerán e incrementarán nuestra educación.
Todo ello nos hará más educadas, en el sentido más práctico y formal de esta palabra.
Todo aquello relacionado con el respeto al otro y a la otra.
La educación está en todos los aspectos de la vida de cualquier persona. Y tendríamos y deberíamos saber verlo y aprovecharlo.
Los valores y principios que nos guiarán y nos harán justos y libres.
La pasión, es el empuje que nos lleva a vivir, a disfrutar con lo que hacemos, a necesitar el motor de la emoción para ser felices.
La pasión no admite tibieza ni conformismo. Nos aparta del pesimismo y de la mediocridad.
Y aquí hago un inciso.
Hace unos días me dijeron que yo era muy apasionada, en un tono que sonó bastante peyorativo. La pasión la mezclaron malamente con mi profesión, el Trabajo Social.
Y si, tengo pasión por mi trabajo, tengo pasión por "lo social", porque trabajamos con personas, con gente que en su mayoría está en una delicada posición de vulnerabilidad, y eso es muy serio, porque depositan en nosotras sus vidas, sus esperanzas, sueños e ilusiones. Y nosotras, como agentes de cambio, que dice la teoría que somos, debemos buscar y encontrar soluciones.
Y como no somos diosas, muchas veces, demasiadas, no se consiguen soluciones completas, pero lo habremos intentado, siempre habremos conseguido algo, que aunque no sea demasiado, intentaremos que sea suficiente. Y desde luego no abandonaremos nunca, porque la constancia es un valor inherente al trabajo y a la pasión que pongamos en él.
La pasión por vivir supone tener la ilusión siempre viva, los sueños siempre listos para cumplirse, el humor presente, la risa fresca y las lágrimas vivas, el amor propio grande y el amor al prójimo abierto a cualquier posibilidad.
Cuanta más pasión pongamos en lo que hacemos, más posibilidad de éxito tendremos y así nos alejaremos de la terrible, frustrante y aburrida mediocridad.
La pasión es estar y sentirnos vivas.
Y la libertad. Sin ella nos prohibirían la educación, no tendríamos acceso a todos aquellos conocimientos que nos hacen libres. Y la pasión sería condenada como un desorden interior y exterior. No podríamos amarnos ni amar libremente. Seríamos frías ovejas mecánicas, balando tristes y conformes.
La libertad se busca y se encuentra en la educación, en el saber, y cuando sabemos lo suficiente, cuando somos conscientes de que nuestra vida no se apartará del hermoso camino de la verdad, del descubrimiento, del respeto a lo diferente, de la curiosidad sana por lo desconocido como fuente de riqueza personal, entonces, nos apasionará la vida, nuestra vida.
Pensad ahora en una bonita y cálida playa, con el mar azul. O en una bella pradera de hierba verde y fresca. O en el balconcillo de un pequeño edificio con vistas a una plaza recoleta llena de gente. O en una enorme cristalera desde la que observar una inmensa ciudad llena de enormes rascacielos, desde la que la gente en la calle parece atareadas hormigas.
Cualquier escenario es válido.
Pero visualizaros en vuestro escenario preferido y sentaros en ese pequeño taburete de tres patas que habéis ido construyendo a lo largo de vuestra vida.
Una pata es vuestra libertad, la otra es vuestra educación y la tercera es vuestra pasión.
Si sois capaces de sentaros, y el taburete no se mueve. Estáis viviendo.
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