Hoy, y por causas ajenas a mí, me ví en la obligación de hablar por teléfono con alguien con quien prefiero no hacerlo.
Los motivos burocráticos y económicos obligan en ocasiones a mantener conversaciones ineludibles que pueden ser un tanto incómodas.
Sin embargo, considero que este tipo de charlas pueden ser integradas dentro de la "buena educación" y la cordialidad.
Ejemplos como decir buenas tardes, llamar a tu interlocutora por su nombre, y utilizar palabras en lugar de sonidos onomatopéyicos, no cuestan dinero y pueden facilitar el trámite ya de por sí molesto.
La antipatía que se puede rezumar en una llamada telefónica es directamente proporcional a conflictos personales no resueltos y a mala leche no canalizada.
Solo puedo decir que es importante practicar la sonrisa, la calma y la simpatía, que actúan como las antiguas sanguijuelas y sangrías de la medicina decimonónica pero a nivel de pérdida de mala leche.
El odio y el rencor avinagran y nada mejor que la salubridad de nuestros sentimientos para convertirnos en un vino excelente, de los que transforman nuestro paladar en felicidad.