domingo, 10 de septiembre de 2023

582.- OBSOLESCENCIA PROGRAMADA


Tranquilas, no voy a escribir de electrodomésticos, ni de coches, ni de ordenadores.

La obsolescencia programada o planificada se refiere a la programación del tiempo de vida útil que tiene un objeto y que está planificado por sus fabricantes para así asegurarse de la demanda casi infinita de ese producto.

Si no existiera este fenómeno, las empresas irían a la quiebra en pocos años.

La obsolescencia programada o planificada, también  es la necesidad de volver a comprar un producto que ya tenemos pero que ofrece nuevas y atractivas prestaciones que el anterior no tenía.

El concepto de obsolescencia programada, como vemos, se refiere a objetos, a cosas sin las que actualmente, parece ser, no podríamos vivir.

Pero, ¿y si aplicamos este concepto a nosotras, a nuestros cuerpos, a nuestro pensamiento? 

Está claro que tenemos fecha de caducidad, que nuestra finitud es bien sabida por todas aunque en muchos casos nuestro pensamiento sobre la muerte, la propia y la de otras, sea evitado y considerado como algo ajeno y lejano; que sólo viene a importunarnos cuando alguien fallece o cuando enfermamos.

Aún con todas, nadie sabe cuando va a morir, incluso en la planificación personal de ese momento, hay incertidumbres y factores ajenos que podrían alterar la precisión.

Además de ese momento final, hay otros aspectos de nuestra vida a los que también podemos aplicar el concepto de la obsolescencia programada o planificada.

En que momentos acaba cada uno de los ciclos de la vida, esos ciclos de la vida estudiados y descritos por especialistas de la sociología, la psicología y la medicina.

La infancia y la adolescencia pueden acabar cuando determinados componentes físicos y psicológicos nos conducen tranquilamente hacia la juventud de la adultez; sin embargo, la obsolescencia programada de esas dos primeras etapas de la vida puede ocurrir cuando nos las arrebatan con violencia, inesperada o paulatinamente. 

La obsolescencia programada del amor, que es la desaparición de la pasión, y no hablo sólo de sexo, hablo de la admiración, del deseo de compartir la vida con alguien, de escuchar, de viajar, de ver, de sentir. Esto acaba, por aburrimiento, por falta de cuidado, por mentir, por no cultivar la sorpresa, por manipulación, por olvidar el amor propio y centrarse sólo en el amor a la otra. Y, por supuesto, por violencia.

Nuestras ideas, nuestros valores y principios también tienen obsolescencia programada, en algunos casos actúa de manera positiva, porque cambiamos a mejor, nos hacemos conscientes de que nuestra forma de pensar y ver la vida no es la correcta, que nos hace daño y que hace daño a otras. Es entonces cuando evolucionamos, cuando cogemos el camino del buen hacer.

Pero otras veces ese cambio es una involución, y nos incorporamos al camino del mal hacer, la obsolescencia programada de lo bueno que da paso a lo malo.

Vivir en una línea continua, en una constante rectitud, sin altibajos, sin cambios, sin crisis, es imposible, y quienes lo intentan a toda costa, quienes se venden o se regalan al encefalograma plano, obtienen como recompensa una fecha conocida, saben que el momento de su obsolescencia ha llegado, que aunque su corazón siga latiendo y los controles que desde las diferentes partes de nuestro sistema nervioso central funcionen, poco más pueden hacer.

No se trata de vivir en el caos absoluto, pero sí de vivir con una espontaneidad que no nos cause una incertidumbre imposible de sobrellevar, entendernos antes a nosotras que a nadie, disfrutar de todo aquello que nos gusta, sin remordimientos por no hacer primero lo que gusta a otras. 

Y otra cosa, que dejo para el final, no por menos importante, sino porque suele ser la causa de muchos males, la causa de la obsolescencia programada del amor, de la felicidad, del pensamiento, de las ideas, de la salud física y mental, etc., y me extenderé un poquito más.

Esa cosa terrible, que determina nuestra finitud como personas, es la mentira.

La mentira es como una plaga que asola nuestros cuerpos y nuestras mentes, que nos convierte en personas amargadas, tristes, sin esperanza ni ilusión. La mentira mata las ganas de ser feliz, arrasa las vidas de quienes reciben esa falta de sinceridad, porque cuando alguien quiere a una persona mentirosa, suele obviar las mentiras imaginando un final que las resuelva. Y no, nunca es así. 

La persona mentirosa es falsa con su entorno y aún más consigo misma. Y el daño que esas personalidades hipócritas que se regodean en sus mentiras, no tiene obsolescencia programada. La desaparición de la persona no borra el daño hecho, la obsolescencia programada de la persona no hace que desaparezca la mentira ni los daños colaterales que ha provocado.

La obsolescencia programada de nuestro pensamiento tiene un aspecto positivo, y es como decía antes, darnos cuenta de que hay cosas que finalizan o que debemos finalizar nosotras mismas, cosas propias y ajenas. Y que todo eso dará lugar al renacimiento.

Es un poco como la obsolescencia programada de un teléfono móvil que ya no funciona como al principio, que se apaga frecuentemente, que no carga bien la batería, que ya no saca fotografías de calidad, que tiene interferencias en el sonido, que la conexión a la red wifi se altera, que el consumo de datos no es el que debería. 

Y no nos queda otra que cambiar de móvil. Simplemente por uno que funcione correctamente. Y además, resulta que tiene prestaciones que ni sabíamos que existían. 



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