Cocinar siempre ha formado parte importante de mi vida.
Mi abuela materna era una magnífica cocinera y aunque no me enseñó a cocinar, tengo muchos recuerdos de sabores, olores y recetas que yo he intentado reproducir.
Ella murió cuando yo tenía trece años.
Posteriormente, cuando me casé con el padre de mis hijos, yo era muy joven y no tenía ni idea de nada relacionado con la cocina. Él sabía preparar algunas cosas, su insuperable sopa, que me recuerda mi hija mayor cuando yo preparo la mía,y que por supuesto es una copia de la suya.
Fue en ese momento cuando me puse las pilas y comencé a leer y a aprender a cocinar en serio.
Y aprendí.
Nuestras vidas están marcadas por las relaciones de pareja que hemos tenido, es innegable. Cientos de recuerdos relacionados con cada una de esas personas, ligados a un sabor, a un determinado alimento, al gusto por algo concreto, o al asco más absoluto.
Las angulas las recuerdo siempre con una gran sonrisa, porque a ver quien ha tenido la suerte de que te pongan delante una cazuela con un kilo de ese manjar inaccesible y te lo puedas zampar con tu novia sabiendo que es un regalo.
Los chipirones en su tinta insuperables, la porrusalda, el marmitako, una buena chuleta y la tortilla de bacalao.
Más tarde,el mejor steak tartare de mi historia.
Cocinar con, para y por. Ha sido un lujo. Lujos de estos.
Ahora no estoy segura de querer seguir cocinando. Porque será difícil. Y suena mucho en mi cabeza Gloria Estefan. Algo así como que con los años que me quedan por vivir, demostraré lo bien que cocino.
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