Siguiendo con la corriente Mood Food, que ya expliqué aquí, se me ha ocurrido que cuánto de color tienen la alimentación y una sana nutrición. Comemos primero con los ojos, antes de llevarnos a la boca cualquier bocado, yo soy de las que lo mira y remira, me gusta saber lo que como y prefiero alimentos verdaderos, puros, sin enmascarar.
Y si nos vamos a fijar en el color de los alimentos, qué mejor que un mercado, un mercado de esos que en algunos pueblos ponen los domingos, mercados en los que los agricultores y ganaderos llevan sus productos y no hay intermediarios. Lugares en los que las frutas y verduras seguramente se recolectaron el día anterior, dónde los huevos son de gallinas que corren libres alrededor de una casa y la leche del queso es de una vaca que tiene nombre.
Y me gusta agrupar los alimentos por colores cuando los compro, es como un orden mental, zanahorias, calabaza, ciruelas y melocotones. Espinacas, lechugas, canónigos y berros. Leche, queso fresco, kéfir y mantequilla. Moras, cerezas y grosellas.
Y en casa colocarlos también así en el frigorífico o en las cestas y fuentes.
A la hora de cocinar hay que mezclar y una buena combinación de colores va a resultar un éxito.
Judías verdes con zanahorias y albahaca. Cocinadas al vapor y servidas con un buen chorro de buen aceite de oliva.
Queso blanco como la nieve, con un coulis de cerezas rojo, como mis labios cuando estoy contenta.
Hojas verdes de espinacas sin tallos, con piñones tostados y panceta crujiente y dorada, un toque de vinagre de Módena y aceite de oliva bueno. Esta ensalada transmite el amor de quien la prepara, huele a hogar y a mimos.
Una crema de puerros con patatas, un poquito de nata y cebollino fresco por encima, ese bonito color blanco roto delicadamente por el verde clarito del puerro.
Una sopita, preparada con un buen caldo cocinado durante horas, al que le añadimos trocitos de zanahoria, garbanzos, fideos cabello de ángel y unas hebras de auténtico azafrán.
Y de postre una espuma de chocolate ligera, con unas grosellas naturales y una cremita fina de hierbabuena.
Nos hará felices el paseo, el orden visual de los colores, la preparación y la compañía mientras comemos amor.
Porque la compañía, las sonrisas, las charlas, los colores, los olores, todo ello alrededor de una mesa puesta con amor por quien puede que no sepa cocinar, los platos llenos de cosas ricas por la otra que si sabe cocinar, la que coloca las flores en la jarra, la que se levantará la primera para recoger al acabar, la que llevará una bandeja de pasteles, las siete variedades de aceitunas que se han distribuido por la mesa, la sal y las dos pimientas, el aceite verde dentro de una botella de cristal grueso con su corcho húmedo rezumando olor a olivo, y el pan que se hizo por la mañana con la masa madre que se atesora en el frigorífico y que crece y se reproduce misteriosamente, dando lugar a esos bollitos dorados, con formas distintas y grietas caprichosas.
¿Qué más se puede pedir? Cogerse de la mano y dar las gracias por vivir, por sentirnos, por querernos.
1 comentario:
Uuummm, qué apetito me dio leerte, sugerentes tus fotos y las palabras, aquí una fan del buen aceite de oliva y de las aceitunas.
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